Lucía y Tomás.

—Es difícil entenderte. 
—No todo se trata de entender. —dijo y entrelazó sus dedos con los de él, quien, por mirarla tan profundo, había naufragado. Quería pedirle que se explicara pero sabía que ella terminaría haciéndolo —No es fácil, pero así quiero que sea. Dejar de preguntarme el por qué y cómo de todo. Es como el aire… —Él la observó fascinado, le encantaban las metáforas que se le ocurrían. Pensaba que en ellas se encerraban revelaciones que seguirían siendo un misterio para la raza humana, excepto para él.—El aire…— repitió Lucía mientras alzaba su mano derecha y movía sus dedos para sentir la liviana brisa. Parecía que las nubes estaban a unos cuantos centímetros más y se estiro como si quisiera robarlas para metérselas en las bolsas del vestido y darle una a Tomás, junto con un beso.—Siento el aire. Sientes el aire. Nos gusta el aire y no nos importa de que esta hecho o tal vez sí pero no en este preciso momento. Por ahora sólo queremos sentirlo en nuestra cara, dejar que nos acaricie mientras estamos así, acostados sobre esta pradera olvidada, uno frente a otro. —Aquello lo hizo suspirar. 
—No tienes idea de cuantos suspiros me has hecho dar. —río y le besó la mano. Ambos miraron al cielo de nuevo y él alzó la mano como ella lo había hecho hace unos momentos. Se escuchó el canto de un pájaro.
—¿Crees que sea un ruiseñor? —preguntó Lucía.
—Tienen fama de ser buenos cantores ¿verdad? —Ella asintió con una sonrisa mientras se acercaba para besarle la frente. —Será un ruiseñor si quieres que lo sea…—
—Entonces, es un ruiseñor —dijo satisfecha, tomó el brazo de Tomás y se lo colocó alrededor.
—No puedo creerlo… —Ella lo miró, esperando a que él continuara —Estar así…—tragó saliva—El que estemos así después de lo que pasó. Creí que te había lastimado y que después de todo no querrías verme de nuevo. —
—Me has lastimado —le dijo con los ojos llenos de agua temblorosa. El volteó la cabeza y vio una lágrima se arrastraba por la cara de Lucía.
—Perdón, perdón… —dijo y continuó suplicándole mientras le limpiaba las lágrimas y se sentaba. —Me siento terrible— se masajeó la sien.
—Lo sé— dijo ella aguantando la respiración “¿qué tramas, Lucía?” se preguntó Tomás. —Mira, es algo que nunca haría. No podría hacerlo…— dijo sentada y sosteniéndole ambas manos. —Pero yo no soy tu, ni tu eres yo. Nos queremos— el desvió la mirada y ella la buscó — solo que de diferente manera. —Todos han querido formarnos una idea de lo que es el amor y lo hacen tieso. No lo dejan ser libre…— El la miró queriendo entenderla— Nosotros tenemos que dejarlo ser libre. No seguir lo que nos dicen… Vivirlo como nos nazca. No me enojaré contigo por vivirlo como te nace— le dio un beso y pasó una parvada que, a lo lejos, parecieron puntos negros bailando en la inmensidad del cansado sol de la tarde de un verano que llegaba a su fin.  

Mónica Sosa Vásquez.

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